Traduciendo a Chesterton: "Sobre la lectura" (LADO B: la traducción)

17.09.2019

Lo que sigue es una traducción de On Reading, un ensayo de Chesterton. Puedes leer algunos comentarios sobre las dificultades de traducir este texto aquí.


Sobre la lectura

  El mayor provecho que se puede obtener de los grandes maestros de la literatura no es literario: es algo diferente del estilo soberbio o de la inspiración emotiva. El principal provecho de la buena literatura es que evita que el hombre sea meramente moderno. Ser meramente moderno es condenarse a la estrechez extrema, así como gastar nuestros ahorros terrenales en el sombrero de moda es condenarnos a ser anticuados. El camino a la antigüedad está plagado de modernistas muertos. La literatura, la clásica y perenne, cumple su mayor función al recordarnos permanentemente la totalidad de la verdad, y al equilibrar las ideas a las que por un instante podríamos ser propensos con otras ideas más viejas. Sin embargo, la manera en que lo hace es tan peculiar que amerita, en primer lugar, nuestra total comprensión.

  De tanto en tanto en la historia de la humanidad, y especialmente en tiempos agitados como el nuestro, aparece una cierta clase de cosas. En el mundo antiguo se las conocía como herejías. En el mundo moderno se las conoce como modas pasajeras. A veces son útiles por un tiempo; a veces son completamente dañinas. Sin embargo, siempre se basan en una fijación exagerada de la atención en alguna verdad, o verdad a medias. Así pues, es correcto insistir en el conocimiento de Dios, pero es herético insistir en él como lo hizo Calvino, en detrimento de Su Amor; así pues, es correcto desear una vida sencilla, pero es herético desearla a expensas de la buena sensibilidad y los buenos modales. El hereje (quien también es el fanático) no es un hombre que ame la verdad demasiado; ningún hombre puede amar la verdad demasiado. El hereje es un hombre que ama su verdad más que a la verdad misma. Prefiere la verdad a medias que ha encontrado a la verdad entera que ha encontrado la humanidad. No le agrada ver su pequeña paradoja atada junto a otras veinte perogrulladas en el manojo de la sabiduría del mundo.

  A veces tales innovadores son de una sinceridad sombría como Tolstoi; a veces, de una elocuencia femenina y sensible como Nietzsche; y a veces, de un humor, arrojo y civismo admirables como el señor Bernard Shaw. Siempre causan un revuelo y puede que funden una escuela. Sin embargo, siempre se comete el mismo error craso. Se presume siempre que al hombre en cuestión se le ha ocurrido una idea nueva. Sin embargo, en realidad lo que es nuevo no es la idea, sino el aislamiento de la idea. Es muy probable que a la idea en sí se la pueda encontrar esparcida en todos los grandes libros de un carácter más clásico o imparcial, desde Homero y Virgilio hasta Fielding y Dickens. Puedes hallar todas las ideas nuevas en los libros viejos, solo que las hallarás equilibradas, mantenidas en el lugar que les corresponde y a veces contradichas y superadas por otras ideas mejores. No es que los grandes escritores hayan pasado por alto las modas por no conocerlas, sino que, conociendo las modas y sus refutaciones, decidieron ignorarlas.

  Por si acaso no quedara claro, pondré dos ejemplos, ambos con relación a creencias de moda entre algunos de los teorizadores más jóvenes e imaginativos. Nietzsche, como todo el mundo sabe, predicó una doctrina que él y sus adeptos consideraron aparentemente muy revolucionaria: sostuvo que la moral altruista había sido la invención de una clase esclava para impedir el surgimiento de individuos superiores que lucharan contra ella y la dominaran. Ahora bien, las personas modernas, sea que estén de acuerdo con esto o no, hablan siempre de ello como si se tratara de una idea nueva y extraordinaria. Con calma y persistencia, se presume que los grandes escritores del pasado, por ejemplo Shakespeare, no sostenían esta opinión porque nunca se les había figurado, porque nunca se les había pasado por la cabeza. Ve al último acto de Ricardo III de Shakespeare y encontrarás no solo todo lo que Nietzsche tenía para decir escrito en dos renglones, sino que lo encontrarás escrito con las mismas palabras de Nietzsche. Ricardo el Jorobado le dice a sus nobles:


La conciencia no es más que una palabra que usan los cobardes,

Creada en un principio para atemorizar a los fuertes


  Como he dicho, es un hecho indiscutible. Shakespeare había pensado en Nietzsche y en la moral de los Amos, pero la evaluó conforme su valor verdadero y la colocó en el lugar que le corresponde. El lugar que le corresponde es la boca de un jorobado medio insano en la víspera de la derrota. Esta rabia contra los débiles solo puede encontrarse en un hombre morbosamente intrépido aunque esencialmente enfermizo; un hombre como Ricardo, un hombre como Nietzsche. Por sí solo, este caso debería acabar con la fantasía absurda de que estas filosofías modernas son modernas en el sentido de que los grandes hombres del pasado no pensaron en ellas. Pensaron en ellas, solo que no pensaron bien de ellas. No fue que Shakespeare no haya vislumbrado la idea de Nietzsche; la vio, y la vio venir.

  Pondré un ejemplo más: en su impactante y verídica obra de teatro titulada La comandante Bárbara, el señor Bernard Shaw ha lanzado uno de los desafíos verbales más intensos a la moralidad proverbial. La gente dice: "La pobreza no es un crimen". "Sí", dice el señor Bernard Shaw, "la pobreza es un crimen, y la madre de todos los crímenes. Es un crimen ser pobre si te es posible rebelarte o enriquecerte. Ser pobre significa ser pusilánime, sumiso o un bribón". El señor Shaw muestra indicios de tener intención de concentrarse en esta doctrina, y muchos de sus partidarios hacen lo mismo. Ahora bien, solo la concentración es nueva, no la doctrina. Thackeray dice por medio de Becky Sharp que es fácil ser honrado si se gana 1.000 libras al año, y tan difícil si se gana 100 libras. Sin embargo, como en el caso de Shakespeare que he citado, el punto no es simplemente que Thackeray sabía de esta noción, sino que conocía exactamente su valor. No solo se le ocurrió, sino que supo dónde debía ocurrir. Debía ocurrir en la conversación de Becky Sharp, una mujer astuta y nada hipócrita, que sin embargo ignora completamente las emociones más intensas que hacen que vivir valga la pena. El cinismo de Becky, equilibrado por Lady Jane y Dobbin, es de una cierta sinceridad alegre. El cinismo de Undershaft en la obra del señor Shaw, predicado con la austeridad de un predicador rural, sencillamente no es real en lo más mínimo. Sencillamente no es cierto en lo más mínimo que las personas muy pobres sean en general más hipócritas y abyectas que las personas muy ricas. La verdad a medias de Becky se ha convertido primero en una idiosincrasia, luego en un credo y más tarde en una mentira. En el caso de Thackeray, como en el de Shakespeare, la conclusión que nos interesa es la misma. Lo que llamamos ideas nuevas son en general fragmentos de las ideas viejas. No es que una noción específica no haya pasado por la cabeza de Shakespeare, es que encontró muchas otras buenas nociones aguardándola para quitarle la estupidez a golpes.

[La presente publicación apareció por primera vez en castellanovelozo.webnode.com, el 17 de septiembre de 2019. Todos los derechos reservados.]

© 2019 Nicolás LANDÍVAR RAMALLO, nicolasvarmallo@gmail.com, +54 9 2241 408530
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar